martes, 22 de julio de 2008

Christian Reynoso

“Me siento cómodo en el realismo”




El año pasado, Christian Reynoso (Puno, 1978) entregó la ambiciosa novela Febrero lujuria (Editorial Matalamanga), la cual nos brinda, a través de la festividad de la Virgen de la Candelaria, una de las manifestaciones más apachurrantes y posmodernas de la fe cristiana en el Perú. Su narrativa, sin embargo, surge unos años antes. Escuchémoslo.



Desde la aparición del libro de relatos Los testimonios del manto sagrado (2001), que identifico como un libro ligado más a lo mítico, hasta tu novela Febrero lujuria (2007), que es esencialmente urbana y realista, hay un cambio evidente en tu postura temática, ¿cual es la razón?
Sí. Entre ambos libros hay un promedio de seis años. Ocurre que a través de las lecturas y de la misma práctica escritural, fui asumiendo una visión del tipo de literatura que quería ofrecer. Así, al comenzar a escribir Febrero lujuria decidí alejarme de esa literatura costumbrista o mítica como la llamas y entrar de lleno en el territorio urbano. Quería reinventar una realidad urbana, en este caso sobre la base de la festividad de la Virgen de la Candelaria, que como temática y realidad compleja era muy atractiva para mí, y porque eso permitía explorarme aún más literariamente. Digamos que Los testimonios… fue un inicio de práctica literaria para, desde ese momento, configurar un mundo literario que me posibilitara nuevas ficciones a partir de la realidad. A ello se debe la ciudad ficticia de Lago Grande que aparece en Febrero lujuria.

¿Y qué encontraste en la reinvención de una realidad apabullante como la de Puno; es decir, en la de un momento festivo tan intenso como el de la Virgen de la Candelaria?
Encontré infinidad de cosas. Desde una realidad de fiesta popular religiosa pagana, borracha, compleja, con sabor a pisco y danza, hasta todo un entramado social, comercial y no necesariamente religioso. En lo personal, el hecho de haber vivido y participado en infinidad de fiestas de la Candelaria como observador y como participante directo, me facilitó desentrañar poco a poco esa realidad compleja para reinventarla a través de la literatura.

Es, en todo caso, la crítica a un amplio sector del comportamiento social peruano. Imagino que su recepción entre los actores de la sociedad altiplánica no fue de las mejores.
En realidad hay distintas opiniones. Desde las que abogan por la novela hasta las que la critican por, según dicen, haber sobredimensionado la realidad. Pero más allá de esto, la novela hace una crítica a la religiosidad puneña, al tema de la fe, o supuesta fe, que muchos creyentes y devotos creen tener. Ahí es donde surge cierta cuestión. A mí se me representa muy atractivo el hecho de que la fe en la fiesta de la Candelaria pueda medirse en cajas de cerveza y danza. Creo además que las fiestas religiosas paganas están justamente para eso, para dar rienda suelta a la carga social que de por sí, en Puno, es ya muy complicada. De modo que quizás admitir esto, sea aún un prejuicio para muchos ciudadanos de la sociedad altiplánica como refieres.

Has tenido oportunidad de viajar recientemente a Europa para cumplir compromisos literarios. ¿Con qué te has encontrado allá? ¿Alguna novedad creativa que aporte en tus proyectos literarios?
Tuve la suerte de presentar Febrero lujuria en Madrid y París. Tú sabes que viajar significa tener acceso a una diversidad artística y cultural que resulta apabullante; el acceso a librerías, a mayor bibliografía, es muy estimulante. Por otro lado, cualquier viaje a un lugar nuevo, como la lectura de un libro nuevo, aporta experiencias que más tarde pueden, como no, plasmarse en literatura. Seguramente, más adelante estos viajes podrán configurarse literariamente; sin embargo, me siento cómodo que, sin perder de vista la ficción, pueda ubicarme en el realismo. En ese cometido estoy perfilando lo que, pienso, será una nueva novela que, teniendo como fondo el escenario político social complejo y violento del sur peruano en los últimos años, configure una historia de amor basada en la sexualidad.

Siento que tu trabajo y el de otros jóvenes narradores del interior con acceso a los medios, están otorgándole un rostro distinto a la novela peruana.
No sé si ya se puede hablar de un rostro distinto de la novela peruana. Me parece muy prematuro. Pienso que el tiempo podrá dar mejores luces sobre esto. En todo caso, la nueva producción literaria, o reciente, si el término es más adecuado, de hecho que ya está ahí y tendrá que tenérsela en cuenta para el panorama literario peruano. Es un tiempo de producción que viene encontrando un camino y que deberá consolidarse aún más, tomando como base la calidad, verosimilitud y valor literario como propuestas nuevas de reinventar al Perú, sea desde la novela o desde el cuento.

Jorge Luis Roncal

“El escritor es un comunicador y su rol social es fundamental”




Integrado por escritores de las diversas regiones de nuestro país, el Gremio de Escritores del Perú cumple actualmente un rol protagónico en la descentralización cultural y la reivindicación de los derechos del escritor peruano. Jorge Luis Roncal, su actual presidente, nos acerca aquí a los principios y objetivos de esta entidad que comienza a obtener sus primeros logros.



¿Cuánto tiempo tiene de formado y bajo qué objetivos y antecedentes se fundó el Gremio de Escritores del Perú?
El Gremio de Escritores del Perú (GEP) se constituyó formalmente el 7 de octubre de 2006, en Chimbote, en el marco de la realización del V Encuentro Nacional de Escritores “Manuel Jesús Baquerizo” (MJB). La formación de un organismo que agrupe a los escritores peruanos para la defensa de sus intereses y derechos (sociales, culturales y políticos) se remonta al primero de los Encuentros mencionados, en el Callao, el año 2002; pero recién en el 2005, en el IV Encuentro, en Ica, la propuesta maduró y se formó una comisión organizadora, la que redactó proyectos de Principios y estatutos, finalmente aprobados en Chimbote. El objetivo central del GEP es la conquista de condiciones dignas de trabajo y de existencia para la inmensa mayoría de escritores peruanos, que, como parte del pueblo, sufren agresiones en todos los planos. Parte de esto es la conquista del derecho a divulgar sus obras de creación, proteger sus derechos intelectuales, lograr pensión y seguro a los escritores sin empleo regular.

¿Cuántos de estos objetivos se han logrado?
Se ha dado pasos importantes, como, por ejemplo, la inscripción en Registros Públicos; la formación del Fondo Editorial, ya han salido los dos primeros títulos con el sello del Fondo del GEP; el reconocimiento progresivo del GEP por parte de los sectores más dinámicos del arte y la cultura democráticos del país; la representación en la discusión y definición de presupuestos participativos en localidades y provincias, un caso concreto es la provincia de Sánchez Carrión, mediante el “Bloque Cultural”, presidido por nuestro compañero Luis Flores.

¿Cuántas filiales tienen al interior del país y cómo se han ido organizando?
Se han constituido comisiones organizadoras o bases organizadas en Lambayeque, Sánchez Carrión, Jauja, Lima, Barranca, Castro Castro, Puno, Cusco, y coordinaciones para la formación en Abancay, Huánuco, Ayacucho y Arequipa; el mecanismo ha sido y es la difusión de los propósitos, convocatoria a asamblea y elección de equipo.

El más reciente Encuentro de Escritores MJB se desarrolló el año pasado en Lima, nada menos que en el Centro Cultural de la Universidad de San Marcos, ¿consideras que este hecho concitó un interés especial hacia el Encuentro y el Gremio?
Creo que sí. Fue una prueba de fuego y el Gremio demostró capacidad para convocar, desde la formación de la Comisión Organizadora hasta un sector apreciable de escritores que trabajan seriamente en la reflexión de los temas centrales que nos preocupan. Esto se verá coronado finalmente con la próxima publicación del libro que contiene las ponencias presentadas. Pero, de hecho, falta mucho todavía para tener un GEP consolidado, fuerte, con presencia orgánica, cultural y social a nivel nacional.

¿Qué factor es el que impide que esta consolidación se produzca ahora?
La débil comprensión del escritor sobre su ubicación en la sociedad. El escritor es un comunicador, y como tal su rol social es fundamental. Un obstáculo para fortalecer tal comprensión es el excesivo individualismo en buena parte de nosotros. Naturalmente que el Gremio promueve también la elevación estética de nuestro trabajo creativo. El próximo 19 de julio inauguraremos el Taller de Poesía del GEP.

Háblame de la organización del próximo Encuentro de Escritores MGB, ¿cuál es la sede, la fecha y qué características la diferenciarán de los anteriores Encuentros?
El VII Encuentro se realizará en el Cusco, probablemente en el mes de noviembre. Estamos a la espera de la convocatoria formal para el impulso organizado. Sin embargo, como parte de los acuerdos de nuestra III Asamblea Nacional en Jauja, en marzo pasado, habrá previamente Encuentros y Jornadas regionales o locales, como factores de impulso del Encuentro Nacional. En la Selva Central se efectuó hace dos semanas un Encuentro Regional. En Lima se desarrollará en setiembre. Este rasgo, la realización previa de jornadas y encuentros en regiones y localidades, es el que diferencia al VII Encuentro de los anteriores, aparte, claro, de la emblemática sede.

Teófilo Villacorta


La marginalidad es un mundo sorprendente



Conocido principalmente por su labor plástica, Teófilo Villacorta Cahuide (Aija, 1966) ha conducido también su espíritu artístico por la creación literaria, donde ha publicado algunos libros de poesía y narrativa. Este es el testimonio de su inquietante postura temática.


Todavía recuerdo el primer libro de poesía que pusiste en mis manos, Flores en mi celda, un título sugerente porque trasmite una aparente contradicción entre la belleza (las flores) y la dureza vivencial (la celda). ¿Puedes ilustrar al lector sobre el tema principal de este libro?
El libro se gestó en el fragor de la lucha sindical y la lamentable detención que sufrí, siendo encarcelado en las mazmorras de seguridad del estado. Eran épocas muy duras y mi convicción de maestro identificado con la lucha de clases me llevó a emprender una marcha de sacrificio que culminó con aquella detención. Fue justamente en la fría celda donde escribí aquellos versos que tomaron cuerpo cuando recobré mi libertad.

En Aventuras en marea caliente, volumen de cuentos que publicaste años después, recreaste tus vivencias en el mar de Culebras (Huarmey), la caleta donde creciste. En tu caso, ¿poesía y narrativa parten de un mismo impulso creativo o son iniciativas diferentes?
Tanto la poesía como la narrativa, para mí, surgen de manera simultánea porque ambas requieren de un toque artístico en el manejo verbal; de manera que no hay una planificación previa si no un motivo determinado que hace surgir un poema o un relato. Lo que sí es cierto es que es ineludible ponerle el toque vivencial a la creación literaria, más aún cuando uno tiene la marca de una rica experiencia juvenil ligada al mar, la cual, me aventuro a pensar, fue la razón de mi inclinación artística.


Pero así como está presente el tema del mar, encuentro también la vida nocturna y marginal como un tópico sugerente.
Sí, es un tema en el cual me he visto envuelto casi sin proponérmelo, y ha ganado terreno en mi creación narrativa pues he escrito algunos relatos de tema “burdelero”. A veces uno encuentra en ese ambiente una vida, más que placentera, sincera, y se olvida de tanta hipocresía, de los falsos moralistas que abundan en nuestra sociedad. Para mí la marginalidad es un mundo sorprendente que nos muestra casos adorables y no detestables como señalan los inquisidores.

¿Casos adorables?
Sí, casos que recaen en seres marginales, como las prostitutas, en quienes hallo una honda sensibilidad que aflora en el momento de narrar parte de su historia. Más que marginales, son seres conocedores de los problemas de la sociedad y están inmersos en ellos más de lo que uno se imagina; sueñan con cambiar este mundo pese a la dureza y lo escabroso de sus vidas.


Me parece idealizado tu concepto de las prostitutas. Cualquier persona, que así lo decida, puede preocuparse por los problemas sociales y decidir cambiar este mundo.
Claro, pero a lo que me refiero es que a ese ambiente se lo juzga con ojos de desagrado y rechazo, como algo que pervierte a la sociedad en vez de construirla; por tanto, si a un hombre lo ven con prostitutas se tiene un mal concepto de él porque se cree que solo le interesa la vida licenciosa y por ahí aparecen los puritanos censurando su conducta, lo digo por experiencia propia.

Cuéntame tu experiencia.
Un tiempo estuve sumergido en la vida nocturna y marginal, en la que casi de manera circunstancial iba encontrando regocijo, una especie de serenidad emocional; sin embargo, esto para la gente supuestamente formal era algo detestable, y me cuestionaron mucho, pero como ves y les consta a muchos, la situación ha cambiado.

¿Cuándo podremos tener un nuevo libro tuyo?
Dentro de poco debe salir a luz “El mar en los ojos de la niña Buenaventura”, una novela corta. Tengo también dos libros de poemas concluidos, pero me inclino por el primero porque es mi primer trabajo de largo aliento.

martes, 24 de junio de 2008

Harold Alva


“La poesía es un territorio imaginario
cuya puerta de salida se abre con la muerte”

Dentro de las nuevas promociones de poetas peruanos, surge Harold Alva (Piura, 1978), autor de seis poemarios y conductor del sello editorial Zignos. Su trabajo literario, integrando grupos de escritores y dirigiendo revistas culturales, ha ido de la mano con su estancia en diversas ciudades del país. Para hablarnos de poesía, su elemento primigenio, lo ponemos ante las siguientes preguntas.



Tu primer libro de poesía, Firmamento, es de 1996, cuando solo tenías 18 años (o quizá menos). Si bien es cierto que en la historia de la poesía hay un caso excepcional, el de Rimbaud, que a esa edad ya había publicado toda su obra, ¿no te parece que dejar a “un hijo” que vaya solo por el mundo con tanta juventud, es un riesgo?
Fue un riesgo, sí. Lo que pasa es que yo venía de publicar una serie de plaquetas y a mis 17 tenía ya un conjunto de poemas que para esa época sentía que podía presentarlos como un libro, les tenía fe. Es la razón por la que arriesgué, eran poemas bucólicos, casi como el canto del adolescente que llegaba a una nueva ciudad y quería que conocieran su experiencia.


¿Y cuál fue el resultado de ese riesgo?
El resultado fue un golpe certero a mi vanidad. Yo sentía que era el poeta joven que entre sus contemporáneos tenía mayor destreza en el lenguaje. No fue así. Gracias a ese libro conocí a otros poetas que estaban a cuadras de distancia, adelante, en sus poéticas. Fue una puerta que se presentó y yo me atreví a cruzarla. Fue, digamos mi primera puerta.


Luego de haber cruzado algunas otras puertas por la poesía, ¿qué te ha dado la poesía en este pasadizo de riesgos estéticos y personales?
Me ha dado amigos, cómplices, tristeza. Pienso que estar en poesía es permanecer en un estado donde la nostalgia se ensaña –con toda la naturaleza del mundo– contra nosotros. Lo grave es que a pesar de esto no escapamos, seguimos allí, la enfrentamos en cada instante cuando liberamos nuestras manos sobre la página en blanco (o sobre el teclado). Ahora pienso que no estoy en ningún umbral, ni en ninguna parte; me he convencido que la poesía es un territorio imaginario cuya puerta de salida se abre con la muerte.


¿Y tú, qué le has dado a la poesía?
Espero haberle dado muchos dolores de cabeza. Honestamente, no pretendo darle nada a la poesía, si algo de lo que he escrito sirve para excusar su proceso histórico, bien. Por mi parte, es algo que se lo dejo a los investigadores. En todo caso, siempre me he parado con honestidad frente a ella, y lo único que tengo para darle es mi palabra y estos años sobre los que aún pretendo caminar sobre la tierra.


Tú procedes de Piura, luego estudiaste en Trujillo y, ahora, resides en Lima. De la misma forma en que te has desplazado físicamente, tu poesía debe haberse trasladado temática y estéticamente.
He vivido en Piura, Cajamarca, Trujillo, Tumbes y, desde hace diez años, en Lima. La primera vez que publiqué un poema fue en Tumbes, cuando tenía 12 años, allí el tema era el campo. Fue en Trujillo, sin embargo, donde conocí y aprendí teoría literaria. Mi primer grupo fue “Triángulo4”, éramos alumnos de derecho que estábamos más interesados en los surrealistas que en los códigos, entonces me dejé vencer por el poema y elegí a la poesía como acción para la vida. Cuando llegué a Lima ingresé al grupo “Neón”, a su segunda etapa, cuyos postulados ya habían dejado de ser la poética de la urbe y el malditismo, apostábamos por una estética de la postmodernidad en la que resumíamos todos los movimientos y propuestas que nos habían precedido para hallar al fin la voz que definiría nuestra estilo. Pese a sentir que tengo un registro escritural, esto no es definitivo.


Este recorrido por diversos escenarios nacionales y literarios, ¿pueden permitirte hacer una lectura de la poesía actual en el Perú?
Tenemos una propuesta sólida. Poetas como Jorge Hurtado (Trujillo), Patricia Colchado (Chimbote), Ana María Chávez (Arequipa) o Romy Sórdomez (Lima) proyectan poderosamente nuestra literatura. Sin embargo, no debemos dejarnos ganar por la vieja costumbre de repetir que tenemos la mejor poesía de Latinoamérica, tenemos una de las mejores, sí, pero cuidado, debemos mirar más allá, pienso que Chile y México nos acompañan en esto que, claro, no es una competencia, pero debería servirnos para que nuestros jóvenes poetas asistan más allá de la anécdota y se empapen al máximo de los aportes teóricos de la postmodernidad. La poesía está más allá de la experiencia.

Omar Robles


“Debemos nutrir a los niños con
información cultural de nuestros pueblos”

Interesado las 24 horas del día en el desarrollo cultural de su región, el periodista huarasino Omar Robles Torre, quien reside actualmente en la localidad de Huari, nos informa sobre este panorama en las localidades andinas de los Conchucos.



Hace unos años hiciste, a través de la revista “Kordillera”, un repaso por el arte y artesanía de la zona de los Conchucos. Ahora que laboras en Huari, ¿crees percibir mejor este panorama?
Sí. Ahora conozco de cerca la realidad cultural de un pueblo que ha estado olvidado y puedo decir que hay tareas pendientes por hacer. La relación turismo cultura no se ha profundizado, esa es la tarea que falta realizar.


¿A qué tarea te refieres específicamente?
En esta zona se habla mucho de los atractivos turísticos que están logrando difusión, ¿pero qué hay de los artesanos en San Marcos, de los talladores de piedra en Chavín o de las mujeres hilanderas en Acopalca? El arte del pueblo no está siendo involucrado en los aspectos culturales. Esa es una tarea pendiente.


¿Qué tan beneficioso o perjudicial consideras que ha sido el rol del Instituto Nacional de Cultura (INC) en esta tarea?
El INC no trabaja con los artesanos, solo trabaja en los monumentos arqueológicos; las ONG que vienen a Huari en algo se están preocupando para volver a rescatar las tradiciones artísticas que estaban dormidas o escondidas, pero el INC no ha hecho nada y las municipalidades muy poco.


¿A qué atribuyes el desinterés del INC por otra cosa que no sea lo arqueológico?
A que aquí en Huari, que cuenta con ruinas, caminos incas y otros atractivos arqueológicos, el INC consigue ingresos por turismo, pero también donaciones y apoyo; pero esto opaca la labor del arte y de los artistas del pueblo.


Respecto al trabajo de las ONG, ¿crees que con su ejemplo se consiga cambiar el desinterés hacia la artesanía y actividades afines?
En algo, porque con el trabajo de estas instituciones quizás nos preocupemos más por las cosas nuestras que estamos olvidando. No debería ser así, pero alguien debe abrirnos los ojos. Como aquellos arqueólogos italianos que laboran en las ruinas de Marcajirca, en Huari, que nunca dejan de buscar apoyo, mientras el INC solo mira.


¿Qué otros mecanismos crees que necesite la población para que despierte su interés y amor por su legado cultural?
Debemos nutrir a los niños con información básica cultural de nuestros pueblos, a través de libros y revistas que digan: esto es tu pueblo, esta es su historia, aquí se forjaron grandes hombres que hicieron estas obras. Pero si ni siquiera nosotros conocemos ese legado, y no le damos su lugar, estaremos alejando a las nuevas generaciones de sus raíces. Estos aspectos deben impulsar en conjunto las UGEL, municipios, INC, etc. En Huari, por ejemplo, hay un fondo editorial de la municipalidad que ha logrado algo, pero parece que solo para afuera, pues los alumnos no están cerca de esos libros, no hay una comunicación cercana con las cosas positivas que se hacen.


Entonces, ¿cuál fue la intención real de crear este fondo editorial y qué es lo que hacen finalmente con estos libros?
Parece que solo difundir la imagen de la municipalidad y el alcalde. Lamentablemente no están en el plan lector ni en las bibliotecas de los colegios. La UGEL los tiene en su poder, y eso es todo. En suma, se han impreso solo para que se diga que en Huari hay textos y el alcalde se pavonee con ellos, nada más.

Daniel Gonzales Rosales


“Escribo para el futuro”

Autor de un inquietante volumen narrativo, “Algunas mentiras y otros cuentos” (2005), el joven narrador ancashino, Daniel Gonzales Rosales (Huaraz, 1976), acaba de entregar la segunda edición de este libro cuyo primer tiraje se agotó rápidamente en su entorno. Su visión acerca del actual proceso de la narrativa regional, es importante en este momento.



En el 2005 publicaste el volumen de cuentos “Algunas mentiras y otros cuentos”. Este año apareció una segunda edición. ¿Esta nueva versión trae cambios?
Esta edición trae correcciones y un leve ajuste en el discurso de algunos cuentos. Ocurre que por el ímpetu y la oportunidad, el 2005 los mandé al editor sin ajustar mucho el discurso. Ahora tuve la oportunidad de ajustar el cuento “Tarde”, por ejemplo, que me parece que tenía más problemas. Luego saqué algunos queísmos en el cuento “Nuestras noches falsas”. Y uno que otro diálogo fue corregido para hacer más ágiles las historias

Si la primera versión es del 2005 y esta última del 2008, ¿se podría decir que la temática e inquietudes de donde parten estos cuentos aún están presentes en ti?
Creo que sí. Estos cuentos los diseñé a base de recuerdos y vivencias desde el colegio hasta el final de mi vida universitaria. Y traen como tema principal a la mujer, claro que con mi visión particular, porque muestro a una mujer que busca independizarse, y lo hace, es infiel si lo quiere y elige lo que desea. Es pues la Eva de nuestros tiempos.


Se podría decir, entonces, que es una suerte de libro “de juventud”. ¿Sientes que has madurado? ¿Qué temas trabajas actualmente?
Son textos que pertenecen a una etapa muy buena, porque quise hacer algo diferente, que revolucionara la narrativa en Huaraz, con aspiraciones mayores. Y creo que lo conseguí pues luego han venido nuevos autores que también están teniendo renombre en nuestra literatura. “Algunas mentiras y otros cuentos” es un libro que quiero mucho porque fue mi centro de experimento, ahora me alejo un poco de la temática erótica para centrarme en el sujeto migrante; o sea, me distraigo un poco pero pienso volver al tema de la mujer que es algo más grande, pues la mujer me apasiona como tema, pienso que se puede decir mucho de ella tratando de entenderla y comprenderla, cosa que creo no se ha hecho en el Perú.


Cuando dices “que revolucionara la narrativa en Huaraz”, ¿a qué te refieres exactamente?
Ocurre que, como en todos lados, hay íconos, y en Ancash solo se hablaba de tres autores: Carlos E. Zavaleta, Óscar Colchado, Marcos Yauri... y por ahí iba entrando Macedonio Villafán. Luego no se hablaba de nadie, salvo de Ítalo Morales en Chimbote... pero por esta zona, nada. Quise que mi voz cambiara esa realidad, aunque no pensé que luego vendrían otras, pues creo que al ver mi libro otros narradores se animaron a publicar; me refiero a Eber Zorrilla y Edgar Norabuena, quienes, no obstante, tienen un discurso diferente al mío. Sin embargo, ahora sí se puede hablar de la nueva narrativa de la sierra ancashina.


Has dicho algo interesante, que te diferencias de ellos por el discurso. ¿A qué atribuyes esta diferencia?: ¿a otras lecturas, a un origen distinto, a otros objetivos frente a la literatura?
Son muchas cosas. Ellos tienen otro origen, son de la sierra como yo, pero provienen de un mundo en que lo rural es determinante. Y yo soy de la pequeña ciudad, pero también de la gran urbe, pues viví algunos años en Lima. Si lo que busca el escritor es mostrar su realidad, entonces nuestras realidades son distintas. Por otra parte, ellos (Norabuena y Zorrilla) quieren formar parte de la tradición de narradores como Colchado, Cronwell Jara, Dante Castro, etc., por eso escriben como ellos. Yo pretendo no ser de ninguna pero se nota mis influencias, pretendo hablar del migrante, de esta sierra que no solo es campo y mitos. Si lo piensas, en Ancash, Zavaleta y Yauri son los únicos que hablan de la sierra urbana, pero lo que dicen quedó en su tiempo. Ahora hay que mostrar la sierra del siglo XXI, la que no está desvinculada de los adelantos, como Internet por ejemplo. En suma, distintas lecturas, distintas aspiraciones, distintas generaciones y visiones del mundo... Yo escribo para el futuro.

Azágar


“Chimbote era un libro mágico para la poesía”

Dentro de la pléyade de sus poetas, Chimbote tiene en Azágar (Trujillo, 1970) a uno de sus representantes más puros; puros, en el sentido de preservarse en la poesía de una manera casi frenética. Conocí a Azágar en Chimbote a inicios de la década del 90, y supe contagiarme de su espíritu místico y vehemente que siempre me habló al oído cuando pensé en las viabilidades mágicas de la poesía. Esta conversación con él, por eso, era un imperativo y una deuda personal.


Publicaste tu primer libro de poesía en 1994, en edición artesanal. Muy pocos conocen este poemario. ¿Puedes hablarnos acerca de él y el contexto en que lo publicaste?
Ese libro se llamó “Sueños a poesía”, y apareció exactamente en octubre de 1994. Contiene poemas de esa época y de los primeros años en que hice poesía (1984 a 1993). Lo publiqué pensando en mis amigos que siempre querían tener en casa algo mío. El tema de ese libro fue el amor en primer grado, es decir, el amor a la amada, a los niños, a la naturaleza, y a Chimbote, por supuesto. Fue una edición artesanal porque no pensé que alguien se atrevería a apostar por mí, por lo que hacía, y eso que ya había publicado algo en revistas culturales de esa época, como “Futuro” y “Altamar”.


Luego de ello hiciste un largo silencio. ¿Qué ocurrió con tu poesía y con tu vida durante ese tiempo? Te lo pregunto porque no volviste a publicar sino 10 años después, el poemario “De piedra y mujer”, del 2004.
Mira, yo tenía ciertas crisis, intentaba no dedicarme a la poesía, de haber querido tanto a ella, de pronto hice esfuerzos para no hacerlo. Pero uno no puede dejar de ser lo que ya es, estuve en Lima dedicado a diversos oficios, pero siempre cogía un papel, un boleto, una propaganda que suelen repartir en las calles del centro y se me daba por escribir. Mira que me alejé incluso de amigos tan queridos con los que había compartido experiencias tan importantes para mí, como el arte. No pude más, terminé por volver.


Claro, quienes te conocemos estamos convencidos que eres un poeta por sus cuatro costados. En este sentido, yo siento que tengo una suerte de deuda contigo pues tu presencia, por ejemplo, significó un alimento temático que se hizo vital en mi poesía, lo cual he intentado plasmar en un reciente poemario. Es decir, sentí que contigo conocía a un personaje mítico, fuera de este mundo. A un hombre cuya única religión era la poesía. ¿Qué piensas de mi percepción?, ¿sientes que es solo mía?, ¿crees que puedas opinar al respecto?
Doy por válida tu apreciación, porque es exactamente lo que yo sentía de la poesía en esos años, me bastaba vivir en poesía, era la totalidad. En cuanto a si era solo tuya, creo que no, porque hubo otros compañeros, y a ti te consta, que les hacía bien escucharme. Y, claro, yo estaba complacido de que lo hicieran porque de una manera no me sentía solo. Fui de alguna manera feliz. Quiero agregar algo más, si me permites, leí parte de tu libro, en especial aquella que es la primera si no me equivoco, donde mencionas esos paseos tan interesantes en mi compañía, creo que es exacto lo que dices, Chimbote era una suerte de libro mágico para la poesía, donde los dos éramos personajes que solo hablaban de ella en voz alta.


Hay un poema en tu más reciente libro, “En noviembre y otros días” (2007), donde haces prácticamente una declaración de parte de lo que ha sido para ti la poesía. “Si no he sido feliz/ fue por escribir poesía”, dices en un párrafo. ¿Es así?, ¿finalmente la poesía te ha traído infelicidad?
Esa es una pregunta difícil de responder. Mira, tú y todos los que de alguna manera están dentro del arte, saben que vivir como uno escribe es una ruptura con el mundo común y corriente, es andar por otra vía, paralela pero a la vez distante de ese lado, pasar de uno a otro trae incomprensión, mala comunicación, y por ende infelicidad, ya sea con los padres, hermanos, amores, la lista es inmensa, pero como te dije antes, uno no puede dejar de ser lo que es, pienso que he sido arte siempre, aunque eso me haya costado lágrimas y desamor, como a ti.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Alessandra Tenorio

"A VECES ESCRIBIR UN
POEMA ES ALGO TOTALMENTE PLANIFICADO"



Pese a su juventud, Alessandra Tenorio (Lima, 1982), entregó en el 2005 un breve pero bello libro de poesía, Porta / retrato, con el cual cautivó a los atentos seguidores de la poesía peruana. Le pedimos que hiciera un alto en sus labores cotidianas para que nos hable de su trabajo silencioso en la palabra.


Tu presencia en la poesía peruana tiene apenas unos años, pero has logrado un lugar importante en ella. Me gustaría saber qué elementos positivos y negativos encontraste en el panorama de nuestra poesía.
Bueno, gracias por eso. Yo creo que este es un buen momento para los jóvenes creadores (no solo para los poetas) porque hay mucha más apertura de la que había antes, no solamente a nivel mediático sino también a nivel de espacios donde poder organizar recitales de poesía y presentar libros. A esto se suma la aparición de editoriales interesadas en la poesía; como Lustra Editores, que publica solamente poesía. Todas esas me parecen cosas positivas que benefician tanto a los lectores como a los propios creadores. Sin embargo, creo que aún falta mucho más apoyo a los poetas. Sobre todo de parte de las instituciones y el estado. Muchas personas no consideran que participar en un recital de poesía, organizar un evento literario o presentar un libro es un trabajo, pero en realidad sí lo es y sería bueno que las instituciones y el estado apoyen este tipo de cosas.

“Los poemas me van guiando solos, como el humo del cigarro que a veces se adentra en lugares que uno no conoce”, confiesas en la revista electrónica Urbanotopía. Esta expectativa, este mundo de posibilidades al que te remite la poesía, ¿cuán motivadores son para ti?
Mucho. A veces escribir un poema es algo totalmente planificado. Has ido dándole vueltas al tema en la cabeza, pensando en frases, palabras u oraciones que podrían funcionar. Es como tener el boceto y solo necesitar el tiempo y el espacio precisos para poder darle forma. Pero otras veces uno empieza a escribir de la nada como si fuera un poseso. Lo haces como movido por un impulso y las palabras empiezan a aparecer y llenar la hoja y uno va escribiendo sin rumbo y en el camino encuentra lo que quiere decir. Luego ya viene la corrección, pero ese momento en el cual empiezas a escribir como en un “trance” es realmente especial.

Encuentro en tu primer libro, Porta/retrato (2005), un espacio importante cedido al tema familiar. Muchos poetas peruanos, en sus primeras entregas, han indagado en el mismo tópico. ¿A qué atribuyes este fenómeno?
Creo que cuando uno recién empieza a escribir es más fácil remitirse a lo que está a su alrededor y nada hay más cercano que el mundo íntimo, familiar. Yo nunca me propuse escribir un poemario sobre la familia, la casa y los recuerdos de infancia. De pronto reuniendo mis textos me di cuenta que tenía varios con una atmósfera común, y así nació mi libro.

¿Qué estás escribiendo ahora? ¿Qué motivaciones temáticas te han asaltado en estos días?
Precisamente ahora no estoy escribiendo mucho, salvo algunos textos en prosa que son más que nada apuntes de diario, pero tengo un poemario que tiene como título tentativo Casa de zurdos que espero publicar este año, siempre y cuando sienta que está totalmente terminado. Este libro cierra el tema de las historias familiares, la nostalgia y el fin de la infancia. Tiene elementos fantásticos, oníricos, pero también es tanático, la presencia de la muerte es muy fuerte en este nuevo poemario. Creo que es, sin duda, un libro de cierre.

Willy del Pozo

"CREO EN LA INDUSTRIA EDITORIAL
QUE APUESTA POR NUESTRAS RAÍCES"



La dura y titánica labor editorial en el Perú tiene entre sus representantes a Willy del Pozo, director de Ediciones Altazor, quien desde hace un tiempo emprendió el objetivo de realizar colecciones regionales de literatura, buscando abarcar la totalidad del territorio nacional. Conversamos con él para saber cómo le va en tan importante tarea.


El año 2005 llegaste a Chimbote con una verdadera novedad, la Biblioteca Ancashina, compuesta nada menos que por 20 títulos. ¿Cómo te fue con esta colección?
Depende desde qué punto de vista lo veamos. Si lo vemos como un todo, uniendo aspectos de publicidad, difusión y repercusión, creo que cumplió sus objetivos. A su vez fue una colección sumamente diversa pues frente a los consagrados Óscar Colchado o Carlos Eduardo Zavaleta estuvieron presentes las voces de jóvenes narradores como Daniel Gonzáles o Ítalo Morales, y la posibilidad de contar con una temática amplia, donde el niño pudiera disfrutar de la lectura de Casitas de cartón o Luna de juguete, y el adulto de El ojo del voyeur o El Zarco y otros cuentos.

Luego de esta experiencia, ¿qué otros proyectos editoriales emprendiste?
En lo que respecta a las bibliotecas regionales, edité la Nueva Biblioteca Ayacuchana, la Biblioteca Chalaca y varias colecciones pensadas en los niños y jóvenes, como es el caso de las Colecciones Caracolas y Caracolitas, o la Colección Altazor de novelas, con la participación de narradores jóvenes de nuestro país.

¿Y cuál ha sido la reacción de las autoridades educativas? ¿Han respondido a las expectativas?
Afortunadamente desde el año pasado se está impulsando con fuerza la lectura en las ahora llamadas instituciones educativas, por lo que alumnos y docentes están más predispuestos a adquirir libros, a trabajar con ellos y sobre todo a leerlos. El gobierno, a través de las políticas de emergencia educativas e instituciones como Promolibro, ha conseguido que sectores populares tengan en su poder ejemplares de la Biblioteca Ancashina o de otra colección editada por mi sello para promocionar, con ellos, el Plan Lector o lecturas comunales, donde los vecinos y el ciudadano en general puedan tener un texto en sus manos, ya sea como libro de cabecera o como libro de sentadera (pueden tener cabida ambas acepciones: la del WC o la de una silla).

Sin embargo, el Perú no es un país que lee como otros. Con este precedente ¿sientes que las editoriales nacionales tengan futuro?
Fue una sorpresa grata el hecho de descubrir que en provincias la gente lee, si tomamos en cuenta las ventas como un indicador, pues la acogida en las Ferias de Libro han dado pie a ello, el problema puede ser el factor económico, ya que desafortunadamente estos han alcanzado muchas veces precios exorbitantes y, con ello, poner una muralla a la intención del lector de adquirir un libro. Por otro lado, los índices de ventas en el país de los libros piratas son cada vez mayores, y estos no ingresan en el conteo oficial, quedan relegados, por lo que las estadísticas no son fieles a la realidad. Creo con devoción en la industria editorial de nuestro país, pero en la que apuesta por sus raíces, en la que vuelca sus ojos al quehacer literario de nuestras provincias, sino no estaría involucrado en esta “aventura”. Mientras existan más apuestas por nuestra cultura, por nuestras regiones, Lima dejará de ser el centro de atracción y de representatividad en lo que a creación literaria se refiere.

domingo, 19 de agosto de 2007

Historia de dos manuscritos

Era el verano de 1996 y me encontraba en plena edición de mi primer libro de poemas, Almacén de invierno. Ya había recibido de Lima el texto que iría en la contratapa, y me había empeñado en que las glosas que imprimiría en la primera página debían ser de un poeta chimbotano. Entonces pensé en Dante Lecca. Cuando pregunté por él, varios escritores amigos suyos reconocieron que habían perdido su paradero, y no recuerdo quién me pasó la voz de que trabajaba en la Asociación “Atusparia”.
Fue en la Universidad de San Marcos donde tuve mi primer encuentro con la poesía de Dante, más o menos en el año 90, la tarde en que hallé –en una librería “bazar suelo” de la Facultad de Letras– un ejemplar usado de Diálogo con un orfebre, aquel excelente libro que bien merece ser reeditado como un homenaje a uno de los mejores poemarios peruanos de la década del 80. Luego de leerlo, Dante se fue convirtiendo no solo en uno de mis poetas favoritos, sino en un creador entrañable, y comencé a buscar sus libros como un Diógenes entre las sombras de la enrevesada poesía peruana.
Quizá por eso, cuando por fin lo conocí en persona ese verano del 96 en la oficina de la Asociación “Atusparia”, me pareció que solo estaba reencontrándome con un viejo amigo, de quien ya conocía su espíritu y ahora venía a familiarizarme con su compañía. Rápidamente empezamos a frecuentarnos. Dante visitaba casi a diario a su hermana, en el barrio Dos de Junio, y la casa de mis padres estaba muy cerca, en Los Pinos, donde yo acababa de inaugurar una pizzería para sobrevivir a la crisis.
Comenzó a frecuentar mi pequeña estancia regularmente y allí pudimos tomarnos nuestras primeras cervezas hablando mucho sobre poesía y planificando la presentación de mi libro Almacén de invierno y de su antología personal Piel dispersa, que estaban a punto de salir. Durante ese tiempo conocí su espíritu reacio a darle confianza así nomás a cualquier lector, y por eso me sentí halagado de que me confiara algunos episodios de su vertiginosa vida o que pusiera a prueba mi capacidad “bebedora” en algunas trancas nocturnas que ahora recuerdo con inmensa nostalgia. Pero esos días sirvieron también para que me involucrara aún más con su poesía y pudiera leer El cedro de cemento y Apretón de manos, dos de sus viejos libros que él mismo me prestó.
De aquella amistad con Dante surgieron dos manuscritos que poseo en mis archivos como lo más entrañable de una gran amistad y que quiero recobrar de las sombras porque tienen gran significado para mí. El primero de ellos es un poema escrito durante una noche inolvidable, aquella velada en que presentamos nuestros libros en el auditorio de la municipalidad y que se prolongó en una alta y remota chingana del barrio “21 de Abril”.
Era setiembre del mismo año, y esa noche nos acompañó una de las promociones de jóvenes artistas más vehementes que ha dado nuestro puerto: Amarildo, que empezaba a maquinar la creación del Grupo de Artistas Unidos “Trazo” reuniendo a una pléyade de pintores y escultores chimbotanos; Antonio Mayucayán y Willy Mechán, quienes trabajaban con pasión en el teatro experimental frente al Grupo “Alpamayo”; y, Santiago Salazar y Renato Sifuentes, que emprendían dos murales de tema precolombino en la Universidad del Santa.
La alegría de vivir y crear era nuestra más grande aliada, y el vigor de la juventud nuestra mejor arma. De aquella reunión, quedó como testimonio aquel canto a la vida en forma de manuscrito que el poeta escribió para nosotros y que fue ilustrado por Amarildo. Alguien le propuso escribir un tributo a esa digna noche, y él, desde la soledad de las botellas embriagadas, supo captar el latido de nuestros corazones jóvenes y salvajes. Eran casi las tres de la madrugada, íbamos por la segunda caja de cervezas, cuando ebrios y musicales de optimismo, Dante cantó:

“A velocidad nuestros corazones
como bueyes desbocados.
Nos espera la luna de unos senos inapropiables, todavía no tocados.
Tanta sed, tanta falta de ese acceso a la flor inexistente
que perseguimos en nuestros sueños.

Como a la verdad,
nada nos impide venir a este abrevadero de música
e ilusiones.
Nos han dicho que no podíamos faltar,
a no ser que pase tu voz enamorada por aquí
preguntando por mí, y yo no esté.

Corazones veloces.
El mío en cambio está tranquilo, si bien comparto
vuestras miradas perversas.
Oye, soledad, amor esquivo y trunco, anota esto:
No duermo”.

El segundo manuscrito data de meses después, cuando nuestra amistad se hizo sólida y se nos había hecho costumbre brindar por las mujeres y la vida. Para ese tiempo el grupo se había multiplicado y hasta habíamos recibido la última visita del gran Antonio Salinas, quien una noche nos hizo pensar en nuestra condición de escritores de la manera más despiadada: no había esperanzas, el único remedio ante la empresa literaria era convencerse de que el escritor de raza “siempre va a vivir en la miseria, jamás lo van a comprender, ni va a ser querido”.
Dante nunca estuvo de acuerdo con eso. Él siempre ha creído que el escritor, que el artista en general, puede convivir con el mundo de manera armoniosa; que, inclusive, la escritura nos puede dar la oportunidad de lograr mejores condiciones de vida, pues la sensibilidad que le permite al escritor captar con plenitud el alma de la sociedad, le da el derecho de reclamar mejor trato que a cualquier otro “profesional de la vida”.
Y por eso siento que el entusiasmo de brindar por ella, por la vida, es algo que a Dante nunca le ha parecido ajeno. Al menos siempre lo vi de ese modo. Así se sintiera nostálgico, solitario o herido de amor, Dante supo rebalsar la espuma de su existencia buscando a los pocos amigos con los que ha contado. Puedo decir que en algún momento yo fui uno de ellos, y que cuando necesitó de alguien con quien abrir el corazón de la esperanza o la congoja, pude acompañarlo.
Esto es lo que expresa más o menos el segundo poema, cuyo manuscrito doy a conocer ahora. Era un sábado de abril del 97, y Dante me llamó al teléfono del Diario La Industria. Me esperaba con unas cervezas heladas en la casa de su nueva enamorada, la periodista Manuela Hernández Estrella, quien ahora es su esposa y la madre de tres de sus cinco hijos. Yo sabía que ella estaría con él y por eso también tuve ganas de llevar a mi enamorada de aquel entonces, pero no pude hallar a Kely por ningún lado. Dante notó mi tristeza aquella tarde, y ya cuando la noche asomaba con su espuma negra y viscosa, me obsequió este poema:

“Una canción sobre la mesa

Quedó la nieve en la superficie de la botella,
en el goteo nervioso encima de la etiqueta
una vez despegada.
Y aquel frío nos caló los huesos.

Sonaba en la radio una canción sobre la mesa
que hablaba de amores tardíos.
Todavía quedaban algunas cervezas
para conversar.

Habían, además, mujeres desnudándose sobre
la barra.
Pero el amigo que habíamos llevado para tomar
se había puesto demasiado triste y melancólico.
Yo dije: ese muchacho es como yo
hace como 10 años atrás.
Y no había manera de despedirnos
o largarnos”.

Estos dos poemas no representan para mí sólo lo que expresan, sino que me cuentan la historia de aquellos días en que hice amistad con Dante Lecca, uno de los poetas más leales con la intensidad de la palabra, y uno de los más honestos con el lenguaje de la vida. De allí sus ocho libros de poesía y aquella antología, Piel dispersa, que guarda gran parte de su primer ciclo como poeta comprometido con la historia inmediata de su vida.
Como otros apasionados de la literatura, he seguido sus libros y me siento orgulloso de ser una de las personas que encuentran en él nuevas razones para creer en la palabra y su belleza. Ante cualquier circunstancia adversa, siento que Dante ha creído en la poesía como tabla de salvación, como terapia individual, como actitud de vida. ¿Cómo no creer en alguien así? Por eso es que guardo estos manuscritos como dos trofeos ante la muerte, ante el fracaso o la angustia cotidiana. Ambos poemas son el signo pleno de que la existencia es presencia, tiempo, manifestación de permanencia. Estos dos pequeños manuscritos que siempre me acompañan me dicen que permanezco vivo, y yo se lo agradezco siempre.

La espuma de Vallejo



“¿Cómo estás, poeta?”, me suelta el saludo por el messenger, casi como un grito de alegría, el rapsoda trujillano Bethoven Medina, y yo siento el calificativo tan lejano, injusto, ajeno. “Poeta. El que compone obras poéticas y está dotado de las facultades necesarias para componerlas”, reza el autorizado diccionario de la RAE, y confirmo mis sospechas: desde hace varios meses no me siento un poeta.
Se lo confieso a Bethoven y mi amigo cree entenderme y escudriña, intenta una salida: “Tal vez estás cargado de problemas; a veces es así, Ricardo, si estamos saturados pensamos que la poesía nos ha abandonado, pero ella siempre está presente; cuando sabe que no es su momento, es comprensiva y se duerme por un tiempo”. Mas sus palabras no son ningún alivio. Aunque no creo necesitar alivio ahora sino solo unos oídos que me escuchen, como los de mi buen amigo Bethoven Medina.
Porque lo que siento desde hace varios meses es el vacío, la nada, las palabras muertas (no dormidas) navegando como barcas sin gobierno entre mis venas apagadas. ¿A dónde se les fue la vida?, ¿qué propósito maligno les sustrajo el ánima mientras viajaban por las enredaderas de mi voluntad?, ¿qué demonio ajeno es este que ahuyentó a la belleza de mi prontuario verbal? ¡Estoy perdido!
Mi poema más actual data de hace un año, lo escribí un invierno atrás, azuzado por el viejo proyecto de exorcizar mi vida familiar en un retrato despiadado y catártico. El poemita apareció en algunas revistas y diarios, lo leí con fruición en recientes recitales y lo incluí en la última sección de Un poco de aire en una boca impura, un libro inédito que tengo listo desde aquellos días. Pero allí acabó todo. Luego de eso, la parálisis, la noche, me quedé suspendido en la duermevela de la inconsistencia. Mi pulso no dio más: los temas se apagaron, los motivos sucumbieron, las vibraciones se aplacaron. “Si crees que ya no escribirás más poesía, entonces nunca fuiste un poeta”, remata Bethoven. Y temo darle la razón. Entonces me zarandea la angustia en esta cabina de internet, los pulsos protestan en mis sienes y siento que todo el tiempo fui un farsante, un embaucador de mí mismo.
No atino a nada. “…y está dotado de las facultades necesarias para componerlas”. ¿A dónde se fueron esas facultades, maldita sea, ahora que no tengo otra arma que el silencio?, y no ese silencio que deben tener las lluvias de palabras como reclama Heraud, sino el silencio que ha llenado mi discurso de hendiduras convirtiéndolo en una coladera de espejismos y bostezos. Ya no puedo escribir poesía. Si digo “tacto” mi piel se descamina en la música tenue del adormecimiento, si digo “aurora” empiezo a ceder ante el pobre ocaso de la duda, y cuando intento levantar un bosque de lirios y azucenas siento que me asfixia una estaca en la garganta. En cierto momento cobré valor y me esperancé en la posibilidad de la poesía concreta, aquella que se maneja con códigos visuales, pero fue inútil, nunca eduqué a mi sensibilidad en otros signos que no fueran los de nuestro idioma.
¿Cómo es que el mutismo ha logrado romper en pedacitos los cristales de mi alma? Solo hay una sordina única y magnánima provocando que me desespere por buscar felicidad en estos largos días de adjetivos retrasados. Pienso en este valle ajeno al que he sido expulsado y me pregunto en qué momento me descarriaré, qué muerte prematura me alcanzará en esta patria de afonía indolente.
El papel, la pantalla fulgente, la página en blanco, no son ningún estímulo, sino una mortaja teñida por la tinta seca del pánico, solo están para informes estériles como este, para redactar insulsos borradores o para que funja de académico trazando ensayos sin alma y corazón. “¿Para qué rodearme de un paisaje de alabastro si el amor se hace en el follaje?”, escribía un viejo trovador. Casi lo mismo siento ahora: ¿para qué un idioma cargado de palabras si ya no puedo amar a éstas? Me quedo mudo, anochecido, desértico, sintiendo cómo la poesía es sinónimo de vaguedad y no puedo sentir menos que vergüenza.
El poeta Bethoven Medina ha sido sincero: “Entonces nunca fuiste un poeta”. Me despido de él: cierro el messenger y, silenciando estos minutos penosos, intuyo que el único logro de mis treinta y seis años es el cogollo espumoso que fatiga ahora mis palabras.

Mi hermano Azagar

Estas glosas serían un error si me forzara en afirmar que Azagar es mi amigo, porque Azagar es mi hermano, un pariente que la vida me ocultó por muchos años y que brotó de pronto como invocado por un conjuro indescifrable.
Su nombre es el efluvio producido por el cristal del crepúsculo, es antiguo como mi propia historia, una añoranza que un día creció en el pecho de un poeta veterano y que tomó forma humana en las calles de Chimbote. El poeta Azagar me trajo un día esa sensibilidad que es ausencia en mi poesía, porque la sensibilidad es él. Y yo, su secuela.
He contado una vez cómo fue que lo conocí, pero jamás he registrado las horas de conversaciones con él sorteando los desfiladeros de la poesía, caminatas lunares de madrugada con un pisco como única esperanza de que el nuevo día no nos deje abandonados bajo la piel adormecida de su primer bostezo.
En 1995 tuve que irme a Huaraz a trabajar a un juzgado coactivo, y Azagar se fue detrás de mí. Llegó tiritando de angustia (no de frío) para consultarme si podía prestarle mi habitación las horas en que yo la abandonaba para ir a ocupar mi oficina de escribano. Allí se quedaba el bueno de Azagar, en mi cuarto solitario, haciéndolo aun más yermo al sumirse en la hoja en blanco, susurrando sus propias palabras tras los versos de un libro que nunca llegó a publicar pues se le quedó inédito en una inundación provocada por el fenómeno del Niño el verano del 98.
Pero Azagar es de los poetas que no necesitan publicar para que estemos seguros de que lo es. Él es un esteta en tiempo real, un alucinado exudando el humor de ese vértigo que sentimos los mortales cuando estamos frente a un poeta de verdad. Allí está su mirada, extraviada en una imagen literaria aparecida con la misma espontaneidad del humillo que brota cuando soplamos el fuego de una vela; allí está su respiración, entrecortándose con las ideas irreales que lo asaltan dentro de su esfuerzo por saber si la existencia es garantía de realidad; y allí están sus convicciones: atropelladas, impetuosas, pero dignas de saber que la poesía no es una forma de vida, sino la única.
Y más allá de todo, esa ingenuidad del niño que descubre en el camino que la naranja es naranja porque le es agradable al paladar; o que la luz es tal por el hecho simple de entrañar belleza. Ese es Azagar, un hombre inventándose a fuerza de sensaciones y asombro. Sus referentes son las experiencias; y sus conclusiones, las de todo el mundo… pero a su manera.
Su verso tiene la belleza de un día germinado en la impericia, que por la noche se habrá curtido pero no envilecido.
Escribo estas líneas mientras recuerdo su figura aproximándose a mi casa de Chimbote un verano del 96: llega hasta mi puerta por donde me he asomado como si adivinara su presencia y antes de saludar o decirme alguna cosa, se acomoda en el borde de mi pequeño jardín exterior contemplando el horizonte. No tiene palabras para mí, sino solo esa voz que siempre habla dentro de sí y que a veces comparte con los demás: “¿Sabías que el tiempo no existe, que es un engaño?, ¿y que el descubrir su inexistencia es la única fórmula de la inmortalidad?”. Luego vuelve a callar sin quitarle la vista a ese sol que ya es naranja detrás de las Islas Blancas. Y feliz con su descubrimiento, con esa inmortalidad recién estrenada, adopta un gesto apacible, una expresión que estoy seguro será eterna en mi memoria.
Azagar es un poeta de verdad, y ante él solo me resta mantener la distancia del satélite que sigue la rotación esencial de un mundo pleno. Con él no se aprende poesía, se la respira. Su aura es el ritmo de un poema que camina solitario sin esperar nada, pero que va legando el espíritu noble y sencillo de la pureza.